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lunes, 25 de enero de 2016
jueves, 7 de enero de 2016
Población 2
LAS MIGRACIONES INTERIORES Y EXTERIORES ESPAÑOLAS DESDE MEDIADOS DEL SIGLO XX
Los movimientos migratorios han sido uno de los factores más decisivos en la evolución de la población española y en su distribución geográfica, incidiendo a su vez de manera diversa en el comportamiento demográfico, económico, cultural e incluso político, tanto de las áreas emisoras como receptoras.
1. LAS MIGRACIONES INTERIORES y su papel determinante
Las migraciones interiores constituyen la corriente migratoria española más importante, tanto desde el punto de vista cuantitativo como cualitativo. La significación de este fenómeno queda patente en el hecho de que casi la mitad de la población de España reside hoy en un municipio distinto al que nació.
Las migraciones interiores presentan rasgos bien diferenciados según tengan lugar antes o después de 1975. Antes de 1975 los movimientos migratorios afectan a un gran volumen de población que se desplaza fundamentalmente desde el campo a la ciudad –éxodo rural–, mientras que después de esa fecha disminuye la cantidad de gente que se desplaza y sus destinos son más variados, dominando las migraciones interurbanas.
1.1. El modelo migratorio del periodo desarrollista: el éxodo rural (1950-1975)
Los movimientos migratorios internos que se desarrollan en España entre 1950 y 1975 van a caracterizarse por ser unidireccionales, desde los núcleos rurales hacia las áreas urbanas, y desde las regiones más atrasadas hacia las más industrializadas.
La emigración de la gente del campo a la ciudad ha sido una constante de la España Contemporánea, pero el éxodo rural adquiere unos volúmenes muy importantes a partir de los años cincuenta –y sobre todo en los sesenta–. Se estima que durante el tercer cuarto del siglo XX se produjeron unos diez millones de desplazamientos. Sólo en los años sesenta más de cuatro millones de españoles cambiaron de residencia, la mayoría de ellos a una provincia distinta de la de origen.
Durante esta fase, enmarcada en la etapa del desarrollismo, el gran crecimiento demográfico y la mecanización del campo produce numerosos excedentes de mano de obra, que emigra a las ciudades atraída por una industria en expansión, con mayores salarios y unas expectativas de mejores condiciones de vida. A ello se añade como foco de atracción el boom del turismo que genera abundantes puestos de trabajo en los servicios y la construcción.
Aunque el fenómeno emigratorio afecta a todo el campo en general y se dirige a todas las ciudades españolas, la emigración parte sobre todo de Galicia, las dos Castillas, Extremadura y Andalucía. Su destino son mayoritariamente los núcleos industriales de Madrid, País Vasco y Barcelona y los turísticos de las islas y de la costa mediterránea. Asimismo, en el interior de las regiones emisoras de emigrantes, se manifiesta un importante flujo en dirección a los principales centros industriales: Valladolid, Zaragoza, Sevilla, La Coruña, etc.
Las consecuencias de este éxodo rural masivo se aprecian tanto en el espacio urbano como en el rural:
• La principal consecuencia del éxodo rural es el desequilibrio que se produce en la distribución de la población española, vaciando el interior (“desierto central”) y congestionando la periferia y Madrid.
• Al mismo tiempo, se inicia el fenómeno de la despoblación rural. La despoblación ha llegado al extremo de provocar el abandono de pueblos enteros, y ha supuesto la disminución de los servicios básicos (escuela, sanidad…) en determinadas poblaciones, lo que retroalimenta la emigración y el abandono de las zonas rurales.
• Los movimientos migratorios influyen además en la estructura y en la dinámica natural de la población. La emigración se hizo de una forma selectiva: afectó sobre todo a los jóvenes y a las mujeres. El resultado fue el envejecimiento y la masculinización de la población de las regiones emisoras de emigrantes. Ambas consecuencias supusieron a su vez la reducción de las tasas de natalidad y el aumento de las de mortalidad y, por tanto, un menor crecimiento vegetativo, en muchos casos negativo. Por el contrario, las zonas receptoras de inmigrantes ven incrementar su población con personas jóvenes en edad de procrear, por lo que presentan tasas de natalidad más elevadas.
• Con este éxodo rural, la sociedad española se urbanizó definitivamente, dando lugar a la gran expansión de las ciudades españolas, especialmente de Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia... En muchas ocasiones este rápido crecimiento originó importantes problemas urbanísticos y de dotaciones (masificación, chabolismo, barrios marginales, carencia de escuelas, hospitales..).
• En el plano social, el éxodo rural trajo consigo importantes problemas de adaptación a la nueva forma de vida urbana de costumbres distintas a las de las sociedades rurales tradicionales.
1.2. El cambio en el modelo migratorio a partir de la crisis de los años setenta
Desde mediados de los setenta, los cambios políticos (transición democrática) y socioeconómicos (crisis industrial) que se producen en España dan lugar a importantes transformaciones en las migraciones internas: disminuye la intensidad de las corrientes migratorias (en número y en la distancia recorrida) y se producen cambios importantes en las direcciones de las mismas. El sistema migratorio se hace más diverso y abierto, en parte debido a la reducción de importancia que experimentan las motivaciones exclusivamente laborales en favor de otras como el retorno o la búsqueda de mayor calidad de vida en áreas residenciales más descongestionadas.
Como rasgos característicos de los movimientos migratorios actuales se pueden señalar los siguientes:
• Durante esta etapa se asiste a una reducción del éxodo rural y de la tendencia a emigrar hacia las grandes ciudades, produciéndose, en algunos casos, una inversión de los flujos.
Desde los inicios de la crisis industrial se produce un incremento en los movimientos de “retorno” de los antiguos emigrantes a sus lugares de origen a la hora de su jubilación. Por otra parte, también se asiste a una “escapada” al campo desde las ciudades –protagonizada por jóvenes y adultos, con niveles de renta medio y alto–, en función de un deseo de desarrollo rural (no agrario) del campo o de recuperación de la naturaleza. Sin embargo, este fenómeno de los neorrurales, desencantados de la ciudad, tiene una escasísima incidencia desde el punto de vista cuantitativo, aunque es importante para los pequeños pueblos abandonados.
Se asiste asimismo a una relocalización de la población rural. En general, las zonas más alejadas de la capital siguen perdiendo población, que se concentra en los núcleos próximos a los centros urbanos.
• El movimiento migratorio interior dominante en estas últimas décadas es, por el contrario, el interurbano, aunque con características distintas según los casos:
• Un cambio importante es el notable descenso que experimentan las migraciones de largo recorrido (interprovinciales e interregionales) en favor de las que se desarrollan en el interior de la misma provincia o comunidad. Destacan los cambios residenciales desde el municipio central o capitalino a los municipios próximos de la periferia por razones diversas (la búsqueda de una vivienda más barata o de un mayor contacto con la naturaleza…), lo que ha ocasionado un gran desarrollo de las ciudades-dormitorio y todo tipo de áreas residenciales.
• El movimiento de población entre ciudades es propio de un personal cualificado perteneciente al sector de servicios y de personal técnico, en función de la obligada movilidad profesional actual.
• Por otra parte, las ciudades medias han ido ganando protagonismo hasta convertirse en uno de los destinos preferenciales de las nuevas migraciones.
A escala regional, teniendo en cuenta las provincias de origen y destino de las migraciones, se puede observar que también se producen cambios relevantes:
• Los focos que tradicionalmente habían recibido población (País Vasco, Asturias, Barcelona ) se han convertido en las últimas décadas en centros de emigración como consecuencia de la saturación del tejido residencial y de la crisis industrial que ha afectado a determinadas regiones (País Vasco, Asturias).
• De igual manera, algunas zonas tradicionales de emigración son ahora zonas receptoras por los “retornos” o por su proximidad a Madrid (Guadalajara, Toledo, Segovia…) o Barcelona (Tarragona, Gerona).
• En esta etapa se consolidan como provincias receptoras aquellas que presentan una estructura productiva más diversificada, con un papel relevante del sector servicios. Entre ellas destacan las provincias insulares y mediterráneas (turismo), así como las situadas en el eje del Ebro (Álava, La Rioja, Navarra, etc.).
• Otras provincias de tradición migratoria continúan manteniendo saldos negativos como en la época anterior, en especial las provincias del interior peninsular situadas en los bordes de la meseta (Ávila, Burgos y Zamora, Ciudad Real…).
En cualquier caso, estos cambios no deben crear la idea de un vaciamiento de las grandes ciudades, ya que muchos de los huecos dejados por las personas que se desplazan a otros municipios españoles están siendo ocupados por inmigrantes procedentes del extranjero. La masiva llegada de éstos durante las últimas décadas está, en no pocos casos, compensando las pérdidas y contribuyendo a que el saldo migratorio global (incluyendo migraciones interiores y exteriores) no sea tan negativo.
2. LAS MIGRACIONES EXTERIORES
Hasta los años ochenta del pasado siglo, España fue tradicionalmente un país de emigrantes. A partir de entonces se invierte la tendencia y se convierte en un país de inmigración.
2.1. Las emigraciones hacia Europa (1950-1975)
Tras el éxodo político al finalizar la guerra civil, la emigración económica de los españoles se reinicia en los años cincuenta, aunque todavía en esa década el principal destino de la emigración española siguen siendo los países americanos. A partir de 1960, la corriente migratoria exterior cambia de destino y se encamina hacia Europa. Desde entonces, y hasta 1975, la emigración de trabajadores españoles hacia Europa Occidental supera los dos
millones de personas, de las cuales la mitad no retornó en este período.
Tras la crisis de 1973, con el incremento del paro en los países europeos, cesa el flujo migratorio español hacia Europa, aumentando el retorno de emigrantes a España.
Las causas que explican esta corriente migratoria se pueden sintetizar en:
1. La expansión de la industria de la Europa occidental necesitaba abundante mano de obra, que no podía cubrir con los trabajadores nacionales, poco abundantes (pérdidas de la Segunda Guerra Mundial y baja natalidad en los años treinta y durante la guerra). La escasez de población joven y la oferta de empleo hace que se recurra a trabajadores extranjeros (portugueses, italianos, yugoslavos, griegos, magrebíes y españoles).
2. En España hay un gran excedente de mano de obra, sobre todo en el medio rural, debido al proceso de modernización agraria y al crecimiento vegetativo del país (en torno al 1 % anual). La creación del IEE (Instituto Español de Emigración) impulsó la salida al exterior, lo mismo que la necesidad de divisas para el desarrollo industrial español.
Los principales destinos a los que se dirigieron los emigrantes españoles fueron Alemania, Suiza, Francia y, en menor medida, Holanda, Bélgica y Gran Bretaña.
Los emigrantes a Europa procedían de todas las regiones españolas. Sin embargo, las regiones rurales (Andalucía, Extremadura, Galicia y las dos Castillas) son las que aportan mayor número de emigrantes, aunque también afectó a Valencia, Murcia, Aragón.
En cuanto a las características de los emigrantes, fueron fundamentalmente varones (aunque, en muchos casos, años más tarde se producían reagrupaciones familiares), predominando los adultos-jóvenes (de 20 a 40 años); principalmente campesinos poco cualificados (en su mayoría jornaleros agrarios), destinados a integrarse en el peonaje industrial, agrícola o de la construcción.
Las consecuencias que se derivaron para los países receptores tienen un tinte sobre todo económico: los inmigrantes contribuyen a su desarrollo económico. Los países europeos se encontraron con una población trabajadora dócil, dispuesta a ocupar cualquier trabajo rechazado por los naturales del país y por unos sueldos realmente bajos, dado su nivel de vida.
En España, los movimientos migratorios originaron una disminución de la población y de la presión social –evitando el problema del paro– y contribuyeron a financiar el desarrollo económico español: las divisas que aportaron redujeron el déficit comercial que se generaba con la importación creciente de materias primas y bienes de equipo.
Por otro lado, agudizaron los desequilibrios territoriales. La mayor parte de las remesas enviadas por los emigrantes a las cajas de ahorro de sus respectivas regiones no repercutieron en el desarrollo de las mismas, ya que aquéllas derivaban los ahorros hacia las zonas más industrializadas, donde el capital invertido daba más beneficios. Y cuando estos emigrantes retornan, sobre todo a partir de 1975, no todos lo hicieron a su comunidad de origen. El balance resultó claramente negativo para las comunidades autónomas con mayor número de emigrantes (Andalucía, Galicia, Castilla-León, Extremadura), mientras Cataluña, Madrid o la Comunidad Valenciana fueron beneficiadas.
Como aspecto negativo, y desde el punto de vista social, hay que mencionar el desarraigo y los problemas de integración de los emigrantes en la cultura del país al que llegan, de la que les separa el muro del idioma y las costumbres.
La segregación social se ve incrementada por las difíciles condiciones de vida y de trabajo en el lugar de destino (donde realizan los trabajos de los sectores menos cualificados y con salarios más bajos).
La emigración española en la actualidad
Hoy, tras años de bonanza económica en los que España fue un país de inmigración, la situación se ha revertido. Desde el comienzo de la crisis en 2008 hasta hoy el número de españoles residentes en el exterior se ha incrementado en más de 300.000 personas.
Buena parte de ellos son jóvenes, altamente cualificados. La crisis laboral y la falta de expectativas en España provocan su fuga hacia Alemania, EE.UU. e incluso países latinoamericanos. Además de la crisis económica, la globalización de la economía (las empresas multinacionales) y la internacionalización de los estudios (Erasmus) son claves en la explicación de este fenómeno.
A pesar de ello, España sigue siendo un paíss de inmigración. Frente al más de millón y medio de españoles residentes en el extranjero, la población extranjera en España supera los 5,5 millones de personas.
2.2. España, país de inmigración
Los efectos de la crisis económica de mediados de los años setenta y los cambios sociopolíticos operados en España tras el final de la dictadura franquista provocaron una reducción de la emigración española hacia el exterior y un notable incremento del número de retornos. Pero, sin duda, el hecho más llamativo es el espectacular crecimiento del flujo de inmigrantes extranjeros, que ha pasado de algo menos de 10.000 anuales en los años ochenta a cerca de 900.000 en 2007. Hoy viven en España 5,5 millones de extranjeros, lo que representa un 12% de la población residente en España. Sin embargo, ahora de nuevo, con la crisis económica, el saldo migratorio comienza a ser negativo, superando en 50.000 personas el número de las que abandonaron el país respecto a las que han llegado en 2011.
Las causas de estas inmigraciones son suficientemente conocidas: superpoblación y pobreza de los países subdesarrollados frente al reclamo de un mejor nivel de vida en los países de destino, sobre todo de la Unión Europea. Junto a estos factores generales que afectan al conjunto de la sociedad europea, hay otros más específicos relacionados con la situación y características geográficas de España:
• El extraordinario dinamismo de la economía española en la última década (antes de la reciente crisis económica) ha hecho surgir una demanda laboral en sectores muy específicos (construcción, temporeros agrícolas, servicio doméstico...), insatisfactoriamente cubierta por la mano de obra local.
• La proximidad al continente africano hace de España la principal puerta de entrada en Europa para la inmigración procedente de África en general y el Magreb en particular.
• Los lazos histórico-culturales que unen a España con Latinoamérica convierten a nuestro país en el principal nexo de unión entre los países iberoamericanos y Europa.
• Otro factor de atracción es la suavidad del clima y el modo de vida español (efecto Sun Belt). Muchos "inmigrantes de lujo" europeos –jubilados, trabajadores de multinacionales, trabajadores a distancia vía Internet o empresarios que establecen negocios– eligen España ya desde hace décadas como residencia temporal o semipermanente.
La procedencia de los inmigrantes es muy variada y recoge realidades individuales y colectivas enormemente complejas, que no siempre se corresponden con la imagen arquetípica que la sociedad tiene del inmigrante:
• El colectivo más importante de inmigrantes procede de la Unión Europea (2,4 millones, que suponen el 44% de los extranjeros residentes en España). Entre éstos, destaca la población originaria de los países del este de Europa (Rumania –comunidad extranjera más abundante con más de 800.000 residentes–, Bulgaria…). Otro volumen importante procede de los países desarrollados de Europa (británicos, alemanes, franceses….) y se compone de personal cualificado –integrado por técnicos y ejecutivos– o de jubilados que se retiran a España.
• El otro gran contingente lo constituyen los inmigrantes del Tercer Mundo, como consecuencia de su situación de subdesarrollo y el atractivo del crecimiento económico español en los últimos años. En este caso, los principales emisores de emigrantes hacia España son Latinoamérica (con 1,7 millones de inmigrantes, procedentes de Ecuador, Colombia, Bolivia, Argentina…), África (especialmente Marruecos, con más de 700.000 inmigrantes) y el Lejano Oriente –sobre todo China, Pakistán, India y Filipinas–.
En cuanto al perfil de los inmigrantes varía mucho en función de su procedencia. Existe un cierto equilibrio de sexos, aunque con una ligera superioridad de los varones (52 %). Los varones predominan entre los africanos y asiáticos, mientras que las mujeres son mayoría entre los oriundos de Latinoamérica. Y en lo que respecta a la estructura por edad predomina la población adulta-joven, aunque se observa un mayor nivel de envejecimiento de la población comunitaria (debido a la importancia el establecimiento en España de jubilados europeos).
Las actividades laborales desarrolladas por los inmigrantes son, al igual que su procedencia, muy diversas. Podemos encontrar directivos de empresas y técnicos muy cualificados (procedentes en su mayoría de la U.E.). Sin embargo, la mayor parte de los inmigrantes extranjeros en España se dedican principalmente a trabajos vinculados a la agricultura, construcción, servicio doméstico, hostelería y economía sumergida (venta ambulante), trabajos de escasa cualificación y remuneración. Muchos de ellos sufren un proceso de "proletarización", ocupando posiciones laborales de categoría inferior a la que tenían en sus países de origen.
El análisis de la distribución espacial de la población extranjera en España nos permite comprobar un elevado grado de concentración geográfica. Los destinos preferidos por los inmigrantes son las grandes ciudades (Madrid y Barcelona), las zonas turísticas y de agricultura intensiva de la costa mediterránea y de las islas, y el valle del Ebro. Esta distribución territorial está íntimamente ligada tanto al propio reparto espacial de la población española –claramente conectado por su parte a los desequilibrios económicos internos– como a las particulares características y preferencias residenciales de los extranjeros que viven en España. En el lado opuesto, las más bajas concentraciones de población extranjera se registran en provincias del interior peninsular, coincidiendo con las áreas menos pobladas y, en general, con menor dinamismo económico de nuestro país.
Las consecuencias derivadas de este nuevo fenómeno para España son variadas.
a) Crecimiento demográfico. La consecuencia más llamativa de la inmigración en España ha sido el aumento de la población, el mayor de nuestra historia. Desde el año 2001, la población española ha aumentado en más de 6 millones de personas, y más de un 75% de este incremento se ha debido a la llegada de extranjeros. Asimismo, los inmigrantes están contribuyendo a paliar el proceso de envejecimiento de la población española, tanto directamente ya que entre ellos predominan los adultos-jóvenes, como indirectamente al elevar las tasas de natalidad.
b) Crecimiento económico: la inmigración es beneficiosa para el crecimiento económico del país, ya que los inmigrantes proporcionan mano de obra –cada vez más necesaria por el envejecimiento progresivo de la población española– para un tipo de trabajo que difícilmente es realizado por los trabajadores nacionales. Esto, junto al aumento del consumo –fundamental para incentivar la economía–, ha contribuido de manera decisiva al crecimiento del PIB español en los años anteriores a la crisis. También es significativa su contribución a la financiación del Estado del Bienestar. Los ingresos de los inmigrantes a la caja de la Seguridad Social son superiores a los gastos que originan.
c) Consecuencias económico-sociales. La llegada de inmigrantes ha provocado una importante diversidad étnica, cultural, religiosa y lingüística. Ello plantea un reto para la sociedad española que se debe enfrentar con problemas nunca antes planteados: integración educativa, convivencia con nuevas prácticas culturales, creación de guetos..., que suscitan recelos sobre las consecuencias de la inmigración sobre nuestro bienestar colectivo, convivencia y valores.
Los movimientos migratorios han sido uno de los factores más decisivos en la evolución de la población española y en su distribución geográfica, incidiendo a su vez de manera diversa en el comportamiento demográfico, económico, cultural e incluso político, tanto de las áreas emisoras como receptoras.
1. LAS MIGRACIONES INTERIORES y su papel determinante
Las migraciones interiores constituyen la corriente migratoria española más importante, tanto desde el punto de vista cuantitativo como cualitativo. La significación de este fenómeno queda patente en el hecho de que casi la mitad de la población de España reside hoy en un municipio distinto al que nació.
Las migraciones interiores presentan rasgos bien diferenciados según tengan lugar antes o después de 1975. Antes de 1975 los movimientos migratorios afectan a un gran volumen de población que se desplaza fundamentalmente desde el campo a la ciudad –éxodo rural–, mientras que después de esa fecha disminuye la cantidad de gente que se desplaza y sus destinos son más variados, dominando las migraciones interurbanas.
1.1. El modelo migratorio del periodo desarrollista: el éxodo rural (1950-1975)
Los movimientos migratorios internos que se desarrollan en España entre 1950 y 1975 van a caracterizarse por ser unidireccionales, desde los núcleos rurales hacia las áreas urbanas, y desde las regiones más atrasadas hacia las más industrializadas.
La emigración de la gente del campo a la ciudad ha sido una constante de la España Contemporánea, pero el éxodo rural adquiere unos volúmenes muy importantes a partir de los años cincuenta –y sobre todo en los sesenta–. Se estima que durante el tercer cuarto del siglo XX se produjeron unos diez millones de desplazamientos. Sólo en los años sesenta más de cuatro millones de españoles cambiaron de residencia, la mayoría de ellos a una provincia distinta de la de origen.
Durante esta fase, enmarcada en la etapa del desarrollismo, el gran crecimiento demográfico y la mecanización del campo produce numerosos excedentes de mano de obra, que emigra a las ciudades atraída por una industria en expansión, con mayores salarios y unas expectativas de mejores condiciones de vida. A ello se añade como foco de atracción el boom del turismo que genera abundantes puestos de trabajo en los servicios y la construcción.
Aunque el fenómeno emigratorio afecta a todo el campo en general y se dirige a todas las ciudades españolas, la emigración parte sobre todo de Galicia, las dos Castillas, Extremadura y Andalucía. Su destino son mayoritariamente los núcleos industriales de Madrid, País Vasco y Barcelona y los turísticos de las islas y de la costa mediterránea. Asimismo, en el interior de las regiones emisoras de emigrantes, se manifiesta un importante flujo en dirección a los principales centros industriales: Valladolid, Zaragoza, Sevilla, La Coruña, etc.
Las consecuencias de este éxodo rural masivo se aprecian tanto en el espacio urbano como en el rural:
• La principal consecuencia del éxodo rural es el desequilibrio que se produce en la distribución de la población española, vaciando el interior (“desierto central”) y congestionando la periferia y Madrid.
• Al mismo tiempo, se inicia el fenómeno de la despoblación rural. La despoblación ha llegado al extremo de provocar el abandono de pueblos enteros, y ha supuesto la disminución de los servicios básicos (escuela, sanidad…) en determinadas poblaciones, lo que retroalimenta la emigración y el abandono de las zonas rurales.
• Los movimientos migratorios influyen además en la estructura y en la dinámica natural de la población. La emigración se hizo de una forma selectiva: afectó sobre todo a los jóvenes y a las mujeres. El resultado fue el envejecimiento y la masculinización de la población de las regiones emisoras de emigrantes. Ambas consecuencias supusieron a su vez la reducción de las tasas de natalidad y el aumento de las de mortalidad y, por tanto, un menor crecimiento vegetativo, en muchos casos negativo. Por el contrario, las zonas receptoras de inmigrantes ven incrementar su población con personas jóvenes en edad de procrear, por lo que presentan tasas de natalidad más elevadas.
• Con este éxodo rural, la sociedad española se urbanizó definitivamente, dando lugar a la gran expansión de las ciudades españolas, especialmente de Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia... En muchas ocasiones este rápido crecimiento originó importantes problemas urbanísticos y de dotaciones (masificación, chabolismo, barrios marginales, carencia de escuelas, hospitales..).
• En el plano social, el éxodo rural trajo consigo importantes problemas de adaptación a la nueva forma de vida urbana de costumbres distintas a las de las sociedades rurales tradicionales.
1.2. El cambio en el modelo migratorio a partir de la crisis de los años setenta
Desde mediados de los setenta, los cambios políticos (transición democrática) y socioeconómicos (crisis industrial) que se producen en España dan lugar a importantes transformaciones en las migraciones internas: disminuye la intensidad de las corrientes migratorias (en número y en la distancia recorrida) y se producen cambios importantes en las direcciones de las mismas. El sistema migratorio se hace más diverso y abierto, en parte debido a la reducción de importancia que experimentan las motivaciones exclusivamente laborales en favor de otras como el retorno o la búsqueda de mayor calidad de vida en áreas residenciales más descongestionadas.
Como rasgos característicos de los movimientos migratorios actuales se pueden señalar los siguientes:
• Durante esta etapa se asiste a una reducción del éxodo rural y de la tendencia a emigrar hacia las grandes ciudades, produciéndose, en algunos casos, una inversión de los flujos.
Desde los inicios de la crisis industrial se produce un incremento en los movimientos de “retorno” de los antiguos emigrantes a sus lugares de origen a la hora de su jubilación. Por otra parte, también se asiste a una “escapada” al campo desde las ciudades –protagonizada por jóvenes y adultos, con niveles de renta medio y alto–, en función de un deseo de desarrollo rural (no agrario) del campo o de recuperación de la naturaleza. Sin embargo, este fenómeno de los neorrurales, desencantados de la ciudad, tiene una escasísima incidencia desde el punto de vista cuantitativo, aunque es importante para los pequeños pueblos abandonados.
Se asiste asimismo a una relocalización de la población rural. En general, las zonas más alejadas de la capital siguen perdiendo población, que se concentra en los núcleos próximos a los centros urbanos.
• El movimiento migratorio interior dominante en estas últimas décadas es, por el contrario, el interurbano, aunque con características distintas según los casos:
• Un cambio importante es el notable descenso que experimentan las migraciones de largo recorrido (interprovinciales e interregionales) en favor de las que se desarrollan en el interior de la misma provincia o comunidad. Destacan los cambios residenciales desde el municipio central o capitalino a los municipios próximos de la periferia por razones diversas (la búsqueda de una vivienda más barata o de un mayor contacto con la naturaleza…), lo que ha ocasionado un gran desarrollo de las ciudades-dormitorio y todo tipo de áreas residenciales.
• El movimiento de población entre ciudades es propio de un personal cualificado perteneciente al sector de servicios y de personal técnico, en función de la obligada movilidad profesional actual.
• Por otra parte, las ciudades medias han ido ganando protagonismo hasta convertirse en uno de los destinos preferenciales de las nuevas migraciones.
A escala regional, teniendo en cuenta las provincias de origen y destino de las migraciones, se puede observar que también se producen cambios relevantes:
• Los focos que tradicionalmente habían recibido población (País Vasco, Asturias, Barcelona ) se han convertido en las últimas décadas en centros de emigración como consecuencia de la saturación del tejido residencial y de la crisis industrial que ha afectado a determinadas regiones (País Vasco, Asturias).
• De igual manera, algunas zonas tradicionales de emigración son ahora zonas receptoras por los “retornos” o por su proximidad a Madrid (Guadalajara, Toledo, Segovia…) o Barcelona (Tarragona, Gerona).
• En esta etapa se consolidan como provincias receptoras aquellas que presentan una estructura productiva más diversificada, con un papel relevante del sector servicios. Entre ellas destacan las provincias insulares y mediterráneas (turismo), así como las situadas en el eje del Ebro (Álava, La Rioja, Navarra, etc.).
• Otras provincias de tradición migratoria continúan manteniendo saldos negativos como en la época anterior, en especial las provincias del interior peninsular situadas en los bordes de la meseta (Ávila, Burgos y Zamora, Ciudad Real…).
En cualquier caso, estos cambios no deben crear la idea de un vaciamiento de las grandes ciudades, ya que muchos de los huecos dejados por las personas que se desplazan a otros municipios españoles están siendo ocupados por inmigrantes procedentes del extranjero. La masiva llegada de éstos durante las últimas décadas está, en no pocos casos, compensando las pérdidas y contribuyendo a que el saldo migratorio global (incluyendo migraciones interiores y exteriores) no sea tan negativo.
2. LAS MIGRACIONES EXTERIORES
Hasta los años ochenta del pasado siglo, España fue tradicionalmente un país de emigrantes. A partir de entonces se invierte la tendencia y se convierte en un país de inmigración.
2.1. Las emigraciones hacia Europa (1950-1975)
Tras el éxodo político al finalizar la guerra civil, la emigración económica de los españoles se reinicia en los años cincuenta, aunque todavía en esa década el principal destino de la emigración española siguen siendo los países americanos. A partir de 1960, la corriente migratoria exterior cambia de destino y se encamina hacia Europa. Desde entonces, y hasta 1975, la emigración de trabajadores españoles hacia Europa Occidental supera los dos
millones de personas, de las cuales la mitad no retornó en este período.
Tras la crisis de 1973, con el incremento del paro en los países europeos, cesa el flujo migratorio español hacia Europa, aumentando el retorno de emigrantes a España.
Las causas que explican esta corriente migratoria se pueden sintetizar en:
1. La expansión de la industria de la Europa occidental necesitaba abundante mano de obra, que no podía cubrir con los trabajadores nacionales, poco abundantes (pérdidas de la Segunda Guerra Mundial y baja natalidad en los años treinta y durante la guerra). La escasez de población joven y la oferta de empleo hace que se recurra a trabajadores extranjeros (portugueses, italianos, yugoslavos, griegos, magrebíes y españoles).
2. En España hay un gran excedente de mano de obra, sobre todo en el medio rural, debido al proceso de modernización agraria y al crecimiento vegetativo del país (en torno al 1 % anual). La creación del IEE (Instituto Español de Emigración) impulsó la salida al exterior, lo mismo que la necesidad de divisas para el desarrollo industrial español.
Los principales destinos a los que se dirigieron los emigrantes españoles fueron Alemania, Suiza, Francia y, en menor medida, Holanda, Bélgica y Gran Bretaña.
Los emigrantes a Europa procedían de todas las regiones españolas. Sin embargo, las regiones rurales (Andalucía, Extremadura, Galicia y las dos Castillas) son las que aportan mayor número de emigrantes, aunque también afectó a Valencia, Murcia, Aragón.
En cuanto a las características de los emigrantes, fueron fundamentalmente varones (aunque, en muchos casos, años más tarde se producían reagrupaciones familiares), predominando los adultos-jóvenes (de 20 a 40 años); principalmente campesinos poco cualificados (en su mayoría jornaleros agrarios), destinados a integrarse en el peonaje industrial, agrícola o de la construcción.
Las consecuencias que se derivaron para los países receptores tienen un tinte sobre todo económico: los inmigrantes contribuyen a su desarrollo económico. Los países europeos se encontraron con una población trabajadora dócil, dispuesta a ocupar cualquier trabajo rechazado por los naturales del país y por unos sueldos realmente bajos, dado su nivel de vida.
En España, los movimientos migratorios originaron una disminución de la población y de la presión social –evitando el problema del paro– y contribuyeron a financiar el desarrollo económico español: las divisas que aportaron redujeron el déficit comercial que se generaba con la importación creciente de materias primas y bienes de equipo.
Por otro lado, agudizaron los desequilibrios territoriales. La mayor parte de las remesas enviadas por los emigrantes a las cajas de ahorro de sus respectivas regiones no repercutieron en el desarrollo de las mismas, ya que aquéllas derivaban los ahorros hacia las zonas más industrializadas, donde el capital invertido daba más beneficios. Y cuando estos emigrantes retornan, sobre todo a partir de 1975, no todos lo hicieron a su comunidad de origen. El balance resultó claramente negativo para las comunidades autónomas con mayor número de emigrantes (Andalucía, Galicia, Castilla-León, Extremadura), mientras Cataluña, Madrid o la Comunidad Valenciana fueron beneficiadas.
Como aspecto negativo, y desde el punto de vista social, hay que mencionar el desarraigo y los problemas de integración de los emigrantes en la cultura del país al que llegan, de la que les separa el muro del idioma y las costumbres.
La segregación social se ve incrementada por las difíciles condiciones de vida y de trabajo en el lugar de destino (donde realizan los trabajos de los sectores menos cualificados y con salarios más bajos).
La emigración española en la actualidad
Hoy, tras años de bonanza económica en los que España fue un país de inmigración, la situación se ha revertido. Desde el comienzo de la crisis en 2008 hasta hoy el número de españoles residentes en el exterior se ha incrementado en más de 300.000 personas.
Buena parte de ellos son jóvenes, altamente cualificados. La crisis laboral y la falta de expectativas en España provocan su fuga hacia Alemania, EE.UU. e incluso países latinoamericanos. Además de la crisis económica, la globalización de la economía (las empresas multinacionales) y la internacionalización de los estudios (Erasmus) son claves en la explicación de este fenómeno.
A pesar de ello, España sigue siendo un paíss de inmigración. Frente al más de millón y medio de españoles residentes en el extranjero, la población extranjera en España supera los 5,5 millones de personas.
2.2. España, país de inmigración
Los efectos de la crisis económica de mediados de los años setenta y los cambios sociopolíticos operados en España tras el final de la dictadura franquista provocaron una reducción de la emigración española hacia el exterior y un notable incremento del número de retornos. Pero, sin duda, el hecho más llamativo es el espectacular crecimiento del flujo de inmigrantes extranjeros, que ha pasado de algo menos de 10.000 anuales en los años ochenta a cerca de 900.000 en 2007. Hoy viven en España 5,5 millones de extranjeros, lo que representa un 12% de la población residente en España. Sin embargo, ahora de nuevo, con la crisis económica, el saldo migratorio comienza a ser negativo, superando en 50.000 personas el número de las que abandonaron el país respecto a las que han llegado en 2011.
Las causas de estas inmigraciones son suficientemente conocidas: superpoblación y pobreza de los países subdesarrollados frente al reclamo de un mejor nivel de vida en los países de destino, sobre todo de la Unión Europea. Junto a estos factores generales que afectan al conjunto de la sociedad europea, hay otros más específicos relacionados con la situación y características geográficas de España:
• El extraordinario dinamismo de la economía española en la última década (antes de la reciente crisis económica) ha hecho surgir una demanda laboral en sectores muy específicos (construcción, temporeros agrícolas, servicio doméstico...), insatisfactoriamente cubierta por la mano de obra local.
• La proximidad al continente africano hace de España la principal puerta de entrada en Europa para la inmigración procedente de África en general y el Magreb en particular.
• Los lazos histórico-culturales que unen a España con Latinoamérica convierten a nuestro país en el principal nexo de unión entre los países iberoamericanos y Europa.
• Otro factor de atracción es la suavidad del clima y el modo de vida español (efecto Sun Belt). Muchos "inmigrantes de lujo" europeos –jubilados, trabajadores de multinacionales, trabajadores a distancia vía Internet o empresarios que establecen negocios– eligen España ya desde hace décadas como residencia temporal o semipermanente.
La procedencia de los inmigrantes es muy variada y recoge realidades individuales y colectivas enormemente complejas, que no siempre se corresponden con la imagen arquetípica que la sociedad tiene del inmigrante:
• El colectivo más importante de inmigrantes procede de la Unión Europea (2,4 millones, que suponen el 44% de los extranjeros residentes en España). Entre éstos, destaca la población originaria de los países del este de Europa (Rumania –comunidad extranjera más abundante con más de 800.000 residentes–, Bulgaria…). Otro volumen importante procede de los países desarrollados de Europa (británicos, alemanes, franceses….) y se compone de personal cualificado –integrado por técnicos y ejecutivos– o de jubilados que se retiran a España.
• El otro gran contingente lo constituyen los inmigrantes del Tercer Mundo, como consecuencia de su situación de subdesarrollo y el atractivo del crecimiento económico español en los últimos años. En este caso, los principales emisores de emigrantes hacia España son Latinoamérica (con 1,7 millones de inmigrantes, procedentes de Ecuador, Colombia, Bolivia, Argentina…), África (especialmente Marruecos, con más de 700.000 inmigrantes) y el Lejano Oriente –sobre todo China, Pakistán, India y Filipinas–.
En cuanto al perfil de los inmigrantes varía mucho en función de su procedencia. Existe un cierto equilibrio de sexos, aunque con una ligera superioridad de los varones (52 %). Los varones predominan entre los africanos y asiáticos, mientras que las mujeres son mayoría entre los oriundos de Latinoamérica. Y en lo que respecta a la estructura por edad predomina la población adulta-joven, aunque se observa un mayor nivel de envejecimiento de la población comunitaria (debido a la importancia el establecimiento en España de jubilados europeos).
Las actividades laborales desarrolladas por los inmigrantes son, al igual que su procedencia, muy diversas. Podemos encontrar directivos de empresas y técnicos muy cualificados (procedentes en su mayoría de la U.E.). Sin embargo, la mayor parte de los inmigrantes extranjeros en España se dedican principalmente a trabajos vinculados a la agricultura, construcción, servicio doméstico, hostelería y economía sumergida (venta ambulante), trabajos de escasa cualificación y remuneración. Muchos de ellos sufren un proceso de "proletarización", ocupando posiciones laborales de categoría inferior a la que tenían en sus países de origen.
El análisis de la distribución espacial de la población extranjera en España nos permite comprobar un elevado grado de concentración geográfica. Los destinos preferidos por los inmigrantes son las grandes ciudades (Madrid y Barcelona), las zonas turísticas y de agricultura intensiva de la costa mediterránea y de las islas, y el valle del Ebro. Esta distribución territorial está íntimamente ligada tanto al propio reparto espacial de la población española –claramente conectado por su parte a los desequilibrios económicos internos– como a las particulares características y preferencias residenciales de los extranjeros que viven en España. En el lado opuesto, las más bajas concentraciones de población extranjera se registran en provincias del interior peninsular, coincidiendo con las áreas menos pobladas y, en general, con menor dinamismo económico de nuestro país.
Las consecuencias derivadas de este nuevo fenómeno para España son variadas.
a) Crecimiento demográfico. La consecuencia más llamativa de la inmigración en España ha sido el aumento de la población, el mayor de nuestra historia. Desde el año 2001, la población española ha aumentado en más de 6 millones de personas, y más de un 75% de este incremento se ha debido a la llegada de extranjeros. Asimismo, los inmigrantes están contribuyendo a paliar el proceso de envejecimiento de la población española, tanto directamente ya que entre ellos predominan los adultos-jóvenes, como indirectamente al elevar las tasas de natalidad.
b) Crecimiento económico: la inmigración es beneficiosa para el crecimiento económico del país, ya que los inmigrantes proporcionan mano de obra –cada vez más necesaria por el envejecimiento progresivo de la población española– para un tipo de trabajo que difícilmente es realizado por los trabajadores nacionales. Esto, junto al aumento del consumo –fundamental para incentivar la economía–, ha contribuido de manera decisiva al crecimiento del PIB español en los años anteriores a la crisis. También es significativa su contribución a la financiación del Estado del Bienestar. Los ingresos de los inmigrantes a la caja de la Seguridad Social son superiores a los gastos que originan.
c) Consecuencias económico-sociales. La llegada de inmigrantes ha provocado una importante diversidad étnica, cultural, religiosa y lingüística. Ello plantea un reto para la sociedad española que se debe enfrentar con problemas nunca antes planteados: integración educativa, convivencia con nuevas prácticas culturales, creación de guetos..., que suscitan recelos sobre las consecuencias de la inmigración sobre nuestro bienestar colectivo, convivencia y valores.
2.3. Problemática migratoria actual
La problemática migratoria actual presenta una consideración radicalmente distinta según se trate de inmigrantes de los países desarrollados o de los países subdesarrollados.
Los inmigrantes de la U.E. están constituidos sobre todo por jubilados, que demográficamente aportan poco, o por profesionales de empresas principalmente multinacionales, que laboralmente representan una competencia para los profesionales españoles. Sin embargo, socialmente no provocan ningún rechazo de signo xenófobo entre la población.
El problema se plantea sobre todo con los diversos grupos de inmigrantes procedentes de los países subdesarrollados, a pesar de sus aportaciones al crecimiento económico y demográfico del país. Las actitudes de rechazo son fáciles de fomentar cuando se alude a prejuicios culturales, a la competencia laboral o a la inseguridad.
En relación con el trabajo, es muy frecuente asociar inmigración a desempleo de la población local. Sin embargo, los índices de paro de la época de crecimiento económico indican que la afluencia de extranjeros no ha influido negativamente en el empleo. Por otro lado, los trabajos que realizan los inmigrantes son aquellos no cubiertos satisfactoriamente por los españoles, por su dureza o por su escaso salario: trabajos mineros, agrarios eventuales, peonaje de la construcción, camareros muy marginales u ocasionales, asistencia a ancianos, etc.
En el terreno social da la impresión de que en España no existen brotes de racismo, entre otras razones porque apenas existen grupos social o políticamente representativos y activos que lo estimulen, aunque lo que sí existe es mucho clasismo: se rechaza o, al menos, se desconfía del inmigrante pobre. El riesgo de la xenofobia se puede exacerbar en momentos de crisis económicas, en los que, al aumentar el paro, se ve al inmigrante como un competidor indeseable. Esto es especialmente significativo entre los sectores sociales españoles más modestos, que se sienten más perjudicados al competir con los inmigrantes en ayudas sociales, vivienda, instituciones educativas...
Esta serie de hechos provoca reacciones xenófobas hacia los inmigrantes como si ellos fueran el problema, pese a ser parte de los perjudicados, dando lugar a conflictos sociales más o menos graves, cuyos chispazos se vienen manifestando periódicamente, aunque en puntos aislados.
Para evitar estas tensiones, los países desarrollados imponen políticas inmigratorias muy restrictivas (Ley de Extranjería y cupos de inmigración), que dificultan la llegada libre de extranjeros, y han traído como consecuencia el fuerte aumento de los inmigrantes en situación ilegal, atrapados en las redes mafiosas de contrabando humano. Asimismo, la Unión Europea ha aprobado (2008) el Pacto Europeo de Inmigración para regular la política común relacionada con la inmigración y frenar la inmigración desordenada. Este Pacto propone condicionar la entrada a personas con permiso de trabajo y potenciar las políticas de retorno a los países de origen de los inmigrantes ilegales.
LAS ESTRUCTURAS DEMOGRÁFICAS ESPAÑOLAS.
Las estructuras demográficas hacen referencia a la composición de la población. Se suelen distinguir las estructuras biológicas, es decir, la distribución de la población según su edad y su sexo, y las estructuras socioeconómicas, esto es, según la población sea activa o no, esté parada o empleada y según el sector económico en el que trabaje. El conocimiento de la estructura demográfica de una población (envejecimiento, población activa, categoría socioprofesional de sus habitantes, etc.) es fundamental para la organización del territorio.
1. La estructura biológica
La edad y el sexo de la población son variables demográficas con influencia directa en la dinámica natural de la población (natalidad y mortalidad) y en el funcionamiento de los sistemas económico-sociales (oferta de mano de obra, necesidad de bienes y servicios —educación, sanidad...—). Pero a su vez, la estructura por edad y sexo es el resultado de otras variables demográficas como la fecundidad, la esperanza de vida o las migraciones.
1.1. La intensa transformación de la estructura por sexo y edad.
La estructura biológica de la población española se caracteriza por dos fenómenos: feminización y envejecimiento de la población, que, en parte, se han visto paliados por el peso creciente de los inmigrantes, personas mayoritariamente jóvenes y de sexo masculino. La forma más habitual de representar gráficamente la estructura biológica son las pirámides de población.
A. Sexo: mayor presencia femenina en la estructura demográfica española.
La principal característica de la estructura por sexos de la población española es la existencia de un mayor número de mujeres que de hombres. En España la relación de masculinidad es de 97 varones por cada cien mujeres.
Este predominio de las mujeres sobre los varones tiene que ver con la mayor esperanza de vida de la mujer. Nacen más niños que niñas (106 niños por cada 100 niñas), pero debido a la sobremortalidad masculina (ya desde el momento del nacimiento) la sex ratio se va modificando con el aumento de edad, alcanzándose el equilibrio entre sexos en torno a los 50 años. A partir de entonces aumenta la presencia femenina, hasta llegar a una proporción de más de dos mujeres de 85 años por cada varón de la misma edad.
En la última década ha crecido algo más la población masculina que la femenina debido a los aportes de la inmigración (con mayor presencia de varones), lo que hace que, en su conjunto, la población masculina en España se acerque a la femenina.
La excepción al predominio femenino se da en las zonas rurales, donde existe una mayor tasa de masculinidad debido a que es la mujer soltera la que más emigra a la ciudad, quedándose el varón más arraigado al campo.
Existen también diferencias notables entre las sex ratio de las distintas comunidades autónomas. Presentan una mayor presencia de varones aquellas CC.AA. con una mayor inmigración masculina (Murcia, Castilla la Mancha, Baleares, Canarias, Aragón, La Rioja). Por el contrario, comunidades con menor presencia de inmigrantes y un mayor envejecimiento (Asturias, Galicia, Cantabria y País Vasco) tienen un mayor predominio de mujeres.
B. Edad: el progresivo envejecimiento de la población española.
La estructura por edades de la población española pone de manifiesto el pronunciado y progresivo descenso de la población joven (0-14 años), paralelo al aumento de la población vieja (65 años y más), y la gran importancia cuantitativa de las generaciones adultas (15-64 años), en especial las nacidas entre 1955 y 1975 (baby boom).
Como resultado de ello, España presenta en la actualidad una estructura por edades envejecida, con una tasa de envejecimiento cercana al 17% y un índice de envejecimiento por encima de 1,15, que evidencia el enorme y creciente peso de la población vieja con respecto a la población joven.
Este envejecimiento de la población ha sido un proceso progresivo a lo largo del siglo XX, y acentuado desde los años ochenta, siguiendo con retraso el modelo europeo. A lo largo de ese siglo los jóvenes redujeron su proporción a menos de la mitad (de 33,5% a 14%), mientras que la proporción de ancianos se triplicó (de 5,2% a 17%).
1. Hasta finales del siglo XIX se puede afirmar que la estructura demográfica española era claramente joven: los ancianos no alcanzaban el 5% de la población total y los menores de 15 años se acercaban al 35%.
2. Desde principios del siglo XX, y hasta finales de los años 70, las estructuras demográficas muestran un proceso de envejecimiento progresivo que se manifiesta en una proporción cada vez mayor de los adultos y en menor medida en un aumento también de la población vieja; el grupo joven va disminuyendo su proporción, salvo en los años sesenta –baby boom–. Como consecuencia, el índice de envejecimiento aumenta, pero sin presentar aún el porcentaje propio de una estructura envejecida (la población vieja no rebasa todavía el 10% de la población).
3. A partir de 1980, España posee ya una estructura demográfica claramente envejecida. Así, en el año 2000 la población vieja supera a la población joven, por lo que el índice de envejecimiento es superior a 1 –es decir, existe ya más población anciana que población joven–. Los porcentajes de población adulta (cerca del 70% de la población total) son los mayores de toda la historia de España.
Las causas demográficas de este envejecimiento de la población española radican en el bajo índice de fecundidad (1,4 hijos por mujer, que no permite el relevo generacional y hacen que la pirámide de población decrezca en los grupos de edades más jóvenes) y en el aumento de la esperanza de vida (que se sitúa hoy en torno a los ochenta y dos años).
Aún así, en la última década el aumento de la fecundidad y los aportes de la inmigración comienzan a tener consecuencias positivas en este campo, produciendo un ligero rejuvenecimiento de la población.
1.2. Problemas relacionados con el envejecimiento de la población.
El progresivo envejecimiento demográfico tiene importantes repercusiones demográficas, sociales y económicas.
a) Demográficas: la potencialidad de natalidad actual irá disminuyendo, al incorporarse a la edad de procrear generaciones cada vez menos numerosas, lo que unido al aumento de la tasa de mortalidad por el envejecimiento, ocasionará un crecimiento vegetativo negativo de la población española.
Ahora bien, el crecimiento natural no depende sólo del potencial de natalidad, sino de decisiones personales acerca del número de hijos deseados. Ello explica que a finales de los años noventa –cuando mayor era en España la proporción de población femenina en edad fértil (las generaciones del baby boom), y por tanto con una natalidad potencial enorme– se dieron sin embargo las tasas de natalidad más bajas de toda la historia de España. Por otro lado, la inmigración de población adulta joven, con una mentalidad más natalista, puede compensar el posible déficit nacional.
b) Económicas: la estructura demográfica actual supondrá un incremento de la tasa de dependencia. De mantenerse las actuales tendencias demográficas, cada año llegarán a la edad de trabajar menos personas de las que se jubilan, lo que incrementará la tasa de dependencia de los ancianos respecto de los activos y, por tanto, crecerá el gasto de las pensiones, del sistema sanitario (estancias hospitalarias, medicinas) y de los servicios sociales.
Ahora bien, ha de tenerse en cuenta que el equilibrio de este sistema no depende sólo del factor demográfico, sino también de los niveles de actividad económica –que pueden compensarse con la inmigración de mano de obra y el necesario aumento de la tasa de actividad laboral femenina–. El problema no es tanto demográfico como, sobre todo, económico.
c) Sociales: uno de los problemas más acuciantes es la soledad y aislamiento de los ancianos, lo que hace imprescindible la ampliación de los programas de asistencia a domicilio, la puesta en marcha de residencias a precios asequibles, la apertura de centros de día, etc.
1.3. Diferencias espaciales en cuanto a las estructuras biológicas.
El envejecimiento de la población no es homogéneo en todo el territorio nacional.
La población anciana es mayor en las zonas rurales que en las urbanas. Pueden establecerse diferencias en el grado de envejecimiento según el tamaño de los municipios. Como promedio, los municipios de más de 100.000 habitantes presentan una tasa de envejecimiento inferior al 15%, mientras los de menos de 5000 sobrepasan el 20%.
También se observan diferencias a escala regional. Las estructuras biológicas españolas, aunque son envejecidas ya en todas las comunidades autónomas, no lo son en el mismo grado en todas ellas. Existe, en general, una clara diferencia entre las regiones del Noroeste (más envejecidas) y las del sur y mediterráneas (más jóvenes).
a) El envejecimiento es más acusado en las zonas del interior de la mitad norte, y en especial del Noroeste. Las zonas que presentan una estructura demográfica más envejecida son Asturias, Castilla y León, La Rioja, Aragón y la Galicia interior. Corresponden a zonas donde a los reducidos índices de fecundidad se superpone el envejecimiento que resulta de la emigración sostenida de jóvenes trabajadores durante la etapa del “desarrollismo” hacia las áreas industriales del país, y en algunos casos el retorno como jubilados de antiguos emigrantes. Esta última causa explica el envejecimiento de zonas natalistas de la mitad sur de la península (Extremadura).
b) Las zonas con una estructura de población más joven corresponden a las comunidades con mayores niveles de fecundidad (Canarias, Murcia, Andalucía) o a zonas receptoras de inmigrantes que han rejuvenecido la población (Madrid, Barcelona, País Vasco, Valladolid, Zaragoza, Galicia costera).
Estos acusados contrastes regionales tienen gran trascendencia para la demografía y la economía de las distintas comunidades españolas. Las Comunidades más envejecidas, dado que presentan una situación económica menos dinámica y que en ellas existe un gran porcentaje de población jubilada, han de hacer frente a importantes gastos sociales (sanidad, pensiones...). La situación es mucho mejor en las Comunidades con población menos envejecida que además disponen de una estructura económica más sólida. En el otro lado, las comunidades que presentan un mayor porcentaje de población joven (las del sur) se encuentran con una mayor presión sobre el mercado laboral.
2. Las estructuras socioeconómicas
A la estructura demográfica por edades se yuxtapone una estructura socioeconómica, que depende en gran medida del nivel de desarrollo de la actividad económica y del ciclo económico en que se encuentre una sociedad.
2.1. Población activa, empleo y paro en España.
En los momentos actuales se pueden señalar dos rasgos significativos en relación con la población activa. Uno es el crecimiento de la población activa desde los años 70, sobre todo en términos absolutos (crecimiento que se detiene desde la crisis económica de 2008). El otro lo constituye las elevadas cifras del paro de la población española.
a. Crecimiento de la población activa, sobre todo femenina
Se entiende por población activa aquella que está en edad (16 o más años) y en disposición de trabajar. La población activa se subdivide en población ocupada (la que tiene un empleo retribuido) y población parada (la que no trabaja, aunque desearía hacerlo –busca empleo activamente y no lo encuentra–). La población inactiva es la que no tiene, ni busca trabajo remunerado. Incluye a los jubilados, los estudiantes, las amas de casa, los incapacitados, rentistas, retirados...
La actividad de una población se mide mediante la tasa de actividad o porcentaje de la población activa respecto a la población potencialmente activa:
La tasa de actividad en España se sitúa en el 60% (23 millones de activos), una cifra que se ha incrementado de forma importante en las dos últimas décadas, aunque es todavía inferior a la de los países europeos (65%). Este crecimiento es debido en buena parte a la incorporación creciente de la mujer al mercado laboral y a los recientes aportes de la inmigración.
Por sexos, existe un predominio de la tasa de actividad masculina (67% frente a un 53% de las mujeres).
Esta situación ha vivido un importante cambio en los últimos años. La tasa de actividad masculina, que había ido descendiendo en España a lo largo del siglo XX –con la emigración exterior, la prolongación de la escolaridad obligatoria y la generalización de la jubilación pagada y su adelantamiento a edades más tempranas–, se incrementa desde los años noventa con el cambio de ciclo económico y la llegada de importantes contingentes de inmigrantes.
La población activa es el “conjunto de personas de 16 o más años que suministran mano de obra para la producción de bienes y servicios o están disponibles y hacen gestiones para incorporarse a dicha producción”
Pero el rasgo más destacado es el crecimiento de la tasa de actividad femenina, por numerosos factores: la creciente terciarización de la economía (que facilita el empleo femenino), la buena marcha de la economía en los últimos años, los cambios ideológicos de la sociedad española y los cambios en los hábitos de fecundidad. Sin embargo, la tasa de actividad femenina todavía no ha alcanzado las cifras de otros países desarrollados y aún está lejos de la masculina, ya que partía de cifras muy bajas.
Las tasas de actividad presentan diferencias regionales, que reflejan a su vez diferencias en la estructura por edades y en el grado de desarrollo económico. Las tasas de actividad más elevadas (en torno al 65%) se dan en los focos industriales –que recibieron una fuerte inmigración (Madrid, Cataluña)– y en las islas (Baleares, Canarias) por el turismo. Las más bajas (en torno al 55%) corresponden a las regiones más envejecidas (Asturias, Galicia y Castilla y León) y a las de menor dinamismo económico (Extremadura).
b. Un acusado incremento de la tasa de paro en la actualidad.
La tasa de paro relaciona la población en paro y la población activa.
El paro evoluciona según los ciclos económicos, ya que depende preferentemente de la marcha de la economía más que de la estructura por edades:
1. Hasta 1975, la tasa de paro en España era muy baja (en torno al 3%), debido a la emigración a Europa y a la débil incorporación de la mujer al mercado laboral.
2. Esta tasa se dispara desde la segunda mitad de los setenta, alcanzando el 21% en 1985 (con casi tres millones de parados) debido a la destrucción de empleo durante la crisis económica y posterior reconversión industrial de los años setenta y ochenta y al aumento del número de "activos" con la llegada a edad laboral de la generación del baby boom y el incremento de la presencia de la mujer en el mundo laboral.
3. La fase de recuperación económica posterior (1986-1990) hace disminuir el paro, pero no de forma substancial, pues no desciende del 15% en 1990, a pesar del crecimiento económico experimentado durante ese período.
4. El paro vuelve a repuntar con la recesión económica reiniciada en 1991, elevándose de nuevo las cifras de paro a cotas más altas en 1994 (el porcentaje de parados se acerca al 25%).
5. A partir de 1995, la conjunción de desarrollo económico y descenso de la población que accede por primera vez al mercado laboral lleva la tasa de paro a sus mínimos de los últimos treinta años: 8% a comienzos de 2007.
6. Desde mediados del 2007, se produce un gran deterioro del mercado laboral, como consecuencia de la crisis económica, que lleva la tasa de paro española al 23%de la población activa, con cerca de 5,3 millones de parados (EPA, 4º trimestre de 2011).
La economía española presenta una estructura productiva especializada en actividades que utilizan mucha mano de obra (construcción y servicios de bajo nivel), lo que explica en buena parte tanto la creación de empleo en la época de bonanza económica como la caída tan rápida e intensa del empleo durante la crisis.
Otra de las características del mercado de trabajo en España es la inestabilidad laboral y la precariedad en el empleo –resultado de las reformas legislativas para flexibilizar el mercado de trabajo–, especialmente en los nuevos empleos. La tasa de temporalidad se sitúa hoy en España en torno al 30%, lo que facilita la rápida destrucción de empleos.
El paro experimenta variaciones importantes en función de aspectos como la edad (el paro afecta más a los jóvenes), el sexo (la tasa de paro es ligeramente mayor entre las mujeres que entre los hombres, aunque en números absolutos sea más reducida), el nivel de instrucción (más paro cuanto menor cualificación) o la época del año (paro estacional, que aumenta en invierno, con la menor demanda del sector turístico). La crisis económica ha modificado algunas de las características del desempleo español y ha provocado que por primera vez en la historia haya más hombres en paro que mujeres (crisis inmobiliaria).
España presenta, además, una distribución espacial bastante desigual, reflejo de las diferencias en la estructura por edades y en el desarrollo económico de las regiones españolas. En los niveles más bajos de paro (en torno al 15%) se sitúan País Vasco, Navarra y Cantabria. Las mayores tasas de paro (por encima del 30%) aparecen en Andalucía y Canarias. El menor desarrollo económico, una estructura de población más joven y un mayor deterioro del mercado laboral en las regiones que tenían mayor dependencia del sector de la construcción y del sector servicios (principalmente el turismo) explican las mayores tasas de desempleo.
2.2. Distribución sectorial de la población activa española.
La composición de la población activa española por sectores económicos presenta características similares a las de nuestro entorno europeo (terciarización), aunque se haya incorporado a ellas con cierto retraso.
En estos momentos el sector primario ocupa una parte ínfima de la población activa, por debajo del 5% de la población, en un umbral que se acerca ya mucho a los países europeos más avanzados. El sector terciario emplea a dos tercios de la población activa, mientras que el sector secundario se reduce ya a la mitad del terciario. Estamos, pues, en una sociedad que no sólo ha dejado de ser agraria o rural, sino que, dentro de ella, se ha impuesto ampliamente el sector servicios frente al sector industrial. Nos encontramos, por tanto, en una sociedad urbana que ya no es industrial, sino postindustrial.
Esta situación es el resultado de una evolución de la actividad económica que se ha mostrado rezagada frente a la mayoría de los países de Europa Occidental.
• Hasta los años 50 la sociedad española todavía se podía considerar como rural, pues en torno a la mitad de la población activa vivía de actividades relacionadas con el sector primario.
• Desde finales de la década de los años cincuenta, España culmina con rapidez un proceso de industrialización y en los años setenta la sociedad española ya es mayoritariamente urbana, es decir, trabajaba ya mayoritariamente en actividades secundarias y terciarias asentadas en las ciudades. La actividad industrial era la más importante, ya que en plena década del setenta llegó a ocupar casi el 45% de la población activa.
• Desde mediados de los años setenta se asiste, dentro del proceso de crisis económica que acompaña a la llamada tercera revolución industrial, la de base informacional, a un proceso de progresión acelerada de la actividad terciaria y a un declive rápido de la actividad primaria, sobre todo agraria, manteniendo el sector industrial un peso todavía importante en términos ocupacionales, pero en descenso lento, aunque su trascendencia económica siga siendo notable, tanto en términos absolutos como relativos.
Este proceso de cambio no ha seguido el mismo ritmo espacial en su evolución. La composición sectorial de la población activa española, aun siendo mayoritariamente terciaria, presenta algunas diferencias territoriales según sectores económicos.
• La actividad terciaria domina en toda España, y pocas regiones destacan de forma significativa por encima de la media nacional en este sector: las islas (turismo); Madrid (por su papel económico y político) y Ceuta y Melilla (por su carácter de plazas militares).
• Las zonas con un porcentaje de población activa primaria superior a la media española están situadas en la mitad sur peninsular (Andalucía, Murcia, Extremadura, Castilla la Mancha) y se prolonga hacia el Norte por Castilla-León, Galicia, y La Rioja.
• La población activa industrial tiene una presencia proporcional mayor que la media nacional en el cuadrante nordeste (Cataluña, País Vasco, Navarra, Aragón y La Rioja), con ramificaciones hacia la Comunidad Valenciana.
miércoles, 6 de enero de 2016
Población 1
1.
EVOLUCIÓN Y DISTRIBUCIÓN GEOGRÁFICA DE LA POBLACIÓN ESPAÑOLA. Los efectivos
demográficos y su evolución. Características y factores de la densidad y la
distribución espacial.
2.
DINÁMICA Y ESTRUCTURA DE LA POBLACIÓN ESPAÑOLA. La dinámica natural. Los movimientos
migratorios. Estructura y composición de la población.
1.
Evolución y distribución de la población española
1.1. La evolución de la población española
España
cuenta en la actualidad con cerca de 47
millones de habitantes. De este total, poco más de 41 millones corresponden
a personas de nacionalidad española.
Estas
cifras son el resultado del considerable crecimiento
experimentado por la población española a lo largo del siglo XX, período en el que incrementa por más del
doble sus efectivos. Sin embargo, aunque se mantiene el crecimiento a lo largo
de todo este período, el ritmo de crecimiento no ha sido uniforme en el mismo.
La
progresión de la población española fue lenta hasta el siglo XX (régimen
demográfico antiguo o tradicional). En el siglo XX se desarrolla la transición demográfica en España, que
culminó en la década de los setenta, y trae como consecuencia un considerable
incremento de la población, pasando de los 18,5 millones de habitantes en 1900
a los casi 38 en 1980, con un crecimiento medio anual cercano al 1% para todo
el período, produciéndose el mayor crecimiento entre finales de los años 50 y
mediados de los 70, a pesar de las pérdidas de población por la emigración al
exterior.
A
partir de los años ochenta España entra en una fase (régimen demográfico
moderno) de crecimiento demográfico casi nulo, acercándose a fines de siglo al
“crecimiento cero”.
Entre 1980 y 2000, la población española se amplió sólo en poco más de 2
millones más.
En
la última década la población
española ha experimentado un cambio de tendencia, con un notable crecimiento
demográfico –el
mayor de su historia–, fruto de la llegada de población inmigrante. La
incesante afluencia de extranjeros en los últimos años ha posibilitado un
incremento de más de 5,5 millones de habitantes en lo que va de siglo XXI.
1.2. La desigual distribución
de la población
A
pesar de este aumento de la población, y de que España ocupa el quinto lugar
por volumen total de población dentro de la Unión Europea, éste es un país poco
poblado. La densidad media de España
(93 habitantes/km2)
la aleja de los países de su entorno, como Países Bajos, Alemania, Reino Unido o
Italia, que se acercan o superan los 200 hab/km2.
Esta
densidad media de la población española oculta la existencia de fuertes desequilibrios interiores. Mientras
provincias como Madrid o Barcelona superan los 700 hab/km2, Soria o Teruel no alcanzan
los 10 hab/km2.
El rasgo básico que caracteriza a la distribución de la población española es,
pues, su gran desequilibrio espacial:
la mayor parte tiende a concentrarse en la periferia
costera, las islas y Madrid.
Esta población, tan concentrada en el espacio, se ordena de acuerdo con unos ejes que coinciden esencialmente con los del desarrollo económico español. De ellos el más consolidado y más dinámico actualmente es el costero mediterráneo, que se extiende desde Gerona hasta Murcia. Otro, hoy en declive parcial, sería el del Atlántico, y un tercero, en construcción, sería el del valle del Ebro (Zaragoza), que comunica a ambos. Fuera de estos grandes ejes poblacionales aparecen otras zonas con densidades importantes, como son las islas, la Galicia atlántica, el eje Sevilla-Cádiz-Málaga, y, ya en el interior, la provincia de Valladolid.
Las
causas que explican esta distribución desigual de la población son complejas.
En algunos casos son el resultado de condicionantes
naturales: los grandes "vacíos poblacionales" están vinculados a
un medio físico difícil (zonas montañosas del sistema Ibérico, Pirineos
centrales…; zonas desérticas de los Monegros, sudeste...) con densidades
inferiores a los 5 hab/km2.
Sin embargo, los acusados contrastes entre interior/periferia responden
esencialmente a razones históricas y económicas, en especial a los movimientos migratorios interiores desde
el campo a la ciudad y desde las zonas más pobres a las más desarrolladas. La
población es atraída por las áreas de mayor dinamismo económico. Por ello,
presentan bajas densidades las zonas marginadas del proceso de
industrialización (las dos Castillas, Extremadura, Aragón). Estos movimientos
migratorios son, por tanto, la expresión de desequilibrios económicos más
profundos: la concentración de las actividades económicas productivas en
determinadas áreas del territorio español.
2.
La dinámica natural de la población española
La
dinámica natural es uno de los
factores demográficos que, junto con los movimientos migratorios, explican el
volumen actual de la población española y su distribución espacial. El crecimiento natural o vegetativo de la población de un lugar es
el resultado de la diferencia entre natalidad
y mortalidad.
2.1. La transición demográfica en España:
evolución de las variables de dinámica natural
En
todos los países desarrollados se ha producido una transición
demográfica,
ligada al desarrollo económico de las sociedades, desde una primera fase de
natalidad y mortalidad elevadas, hasta una fase final en que ambas son bajas. Este
modelo demográfico también se puede aplicar a España, aunque con algunas
peculiaridades:
1. Hasta comienzos del siglo XX (régimen demográfico antiguo), las tasas
de natalidad (>35‰) y de mortalidad (>30‰) eran muy elevadas, por lo que
el crecimiento vegetativo era muy reducido (entre 0,3% y 0,5% anual). Este
crecimiento quedaba absorbido por la presencia periódica de situaciones de
mortalidad catastrófica, como la epidemia de cólera de 1885.
2. A comienzos del siglo XX se
inicia en España el régimen de transición
demográfica, caracterizado por una aceleración
en el crecimiento de la población. La disminución de la mortalidad –por las
mejoras higiénicas, sanitarias y alimenticias–, pese a mortalidades
catastróficas como la epidemia de gripe (1918), y el mantenimiento inicial de
elevadas tasas de natalidad, traen como resultado un incremento en el ritmo de
crecimiento de la población que alcanza el 1% anual en los años 20.
La
guerra y la inmediata posguerra (años 40) suponen un paréntesis en esta
evolución, ya que aumenta la mortalidad (por la sobremortalidad masculina en el
frente) y sobre todo desciende la natalidad, tanto durante la guerra como en la
posguerra más inmediata.
En
los años sesenta y primeros setenta (años del "desarrollismo"
económico) se registra un fuerte crecimiento vegetativo (cercano al 1,5% anual)
–consecuencia del repunte de la natalidad (“baby boom”) y de las mejoras sanitarias
que hacen disminuir la mortalidad infantil–. Este crecimiento es regulado por
la intensa emigración a Europa.
3. La segunda mitad de los años
setenta marcan el final de la transición demográfica y el inicio de un régimen demográfico moderno,
caracterizado por unas reducidas tasas de natalidad y de mortalidad y un escaso
crecimiento vegetativo. Desde mediados de esa década, cuando la crisis
económica empezó a mostrar sus efectos y se producen cambios en la mentalidad
social, las tasas de natalidad comenzarán a descender a un ritmo muy rápido,
situando el crecimiento anual de la población en las cifras más bajas de todo
el siglo (0,1% en 1998), próximas al "crecimiento 0".
Desde hace una década el efecto natalista de la
inmigración, y una ligera reactivación de la natalidad en la mujer española,
han hecho cambiar en sentido positivo (0,3%) la anterior tendencia hacia el
crecimiento natural negativo en el conjunto de España, provocando un ligero
repunte de la tasa de natalidad y un descenso de la tasa de mortalidad (por el
rejuvenecimiento de la población española).
Este
régimen demográfico –de bajas tasas de natalidad y mortalidad y crecimiento
natural próximo a cero e incluso negativo– es característico de las sociedades
desarrolladas. España lo ha alcanzado tardíamente, pero con aceleración.
La
transición demográfica española se
ha producido con un cierto retraso respecto al mundo desarrollado, y con unas
características peculiares (el máximo crecimiento vegetativo se produce al
final de la transición y no en sus inicios –donde las tasas de natalidad y de
mortalidad descienden casi simultáneamente–) resultado en gran parte de los
efectos del diferente ritmo de nuestros procesos de industrialización y
urbanización.
2.2. Situación actual de los
componentes de la dinámica natural de la población.
Los
comportamientos demográficos en cuanto a natalidad, mortalidad y crecimiento
vegetativo en España son hoy muy similares
a los de los países europeos más desarrollados, en especial a los de la
Europa del Sur: los índices de estas variables son muy bajos, característicos de un régimen demográfico moderno. No obstante, la caída de estos
indicadores demográficos se ha producido en nuestro país con un notable retraso respecto a los países europeos de nuestro
entorno y se ha desarrollado con una
inusitada rapidez.
2.2.1. La caída de la Natalidad.
El
descenso de la natalidad española se inicia a comienzos del siglo XX. A lo
largo de ese siglo la tasa de natalidad experimenta
un declive continuado, en el que pueden observarse algunos momentos destacados:
fuerte caída con la crisis de los años treinta y Segunda República,
subnatalidad durante la guerra civil y postguerra, y baby boom de los años
sesenta –debido entre otros factores al incremento de la tasa de nupcialidad
durante el desarrollismo y a la política pronatalista del franquismo–.
Sin
embargo, el considerable descenso de la natalidad que sufre hoy España se ha
producido en las últimas décadas –desde mediados de los setenta–, imitando a
los países desarrollados que habían iniciado ese proceso mucho antes. La tasa
de natalidad que se situaba en España en 1975 en 18,8‰ cae al 9,2‰ en 1998.
Desde
1999 hay un ligero repunte de la tasa
bruta de natalidad (10,5‰ en
2010, lo que supone cerca de 500.000 nacimientos anuales).
Este
descenso en la natalidad se comprende mejor analizando la evolución del índice de fecundidad, ya que la tasa
bruta de natalidad está afectada por la estructura de la población por edades:
la tasa de natalidad será siempre mayor en zonas de población más joven, donde
hay un porcentaje mayor de mujeres en edad fértil. El descenso de la fecundidad
española es el fenómeno demográfico más determinante de fines del siglo XX.
España, que a comienzos de la década de los setenta partía con uno de los
indicadores de fecundidad más altos de Europa (en 1976 la mujer española tenía
2,8 hijos por mujer), cae a fines del silo XX a 1,16 hijos por mujer (en 1998),
situando la fecundidad española entre las más bajas del mundo (junto con
Italia, Grecia y numerosos países de Europa del Este).
A
lo largo del siglo XXI se produce una importante recuperación del índice de
fecundidad español, que se eleva en 2010 a 1,33
hijos por mujer. Esta recuperación es debida en buena parte a los aportes
de madres extranjeras (uno de cada cinco nacimientos que se dan en España),
pero también a un ligero incremento de la natalidad de la población española.
Aun así, la fecundidad española está aún muy por debajo de los 2,1 hijos por
mujer, considerada como la tasa de reemplazo generacional, necesaria para el
mantenimiento vegetativo de una población. Y, por otro lado, se produce una
disminución de la tasa de natalidad con la reducción de la inmigración y el
descenso del número de españolas en edad de procrear.
Este
descenso de la natalidad es el resultado de decisiones individuales y va ligado
por tanto a un cambio de mentalidad, asociado a las transformaciones políticas,
sociales y económicas que se producen en la sociedad española desde mediados de
los años setenta. En el control de
natalidad, fenómeno característico de las sociedades desarrolladas, van a
confluir, por tanto, varios tipos de causas:
a)
Cambios sociales y culturales:
Existe
una clara relación entre el descenso de
la fecundidad y el proceso de desarrollo económico y urbanización de la
población española (sustituyendo a la vida rural), asociándose el tamaño de la
descendencia con la modernización
económica, social y cultural.
El aumento del nivel de
vida se manifiesta en una mayor valoración de los hijos y un aumento de las
necesidades y los gastos familiares, con la consiguiente reducción voluntaria
del número de hijos.
Con el acceso de la mujer
al ámbito público (trabajo y educación), la maternidad deja de ser un objetivo
prioritario para muchas personas, aparcando la función reproductora que tenía
asignada casi con exclusividad la sociedad rural. La prolongación de la
instrucción y la búsqueda del desarrollo profesional de la mujer provocan,
además, un retraso en el momento de la
maternidad (se ha pasado de una media de 25 años en los setenta a una media
de 31,2 años en la actualidad en el nacimiento del primer hijo) y una reducción
del número de hijos. El descenso en la fecundidad de las españolas se ha
producido esencialmente en la fecundidad temprana (20-30 años).
El
grupo más fecundo, que tradicionalmente era el de 25-29 años de edad, es ahora
el de 30-34 años.
La instauración en España
a partir de 1975 de un sistema democrático trae consigo un importante cambio de
mentalidad y de comportamientos en la sociedad española: la secularización y la
disminución de la influencia religiosa en la sociedad, y la legalización y
difusión de los métodos anticonceptivos.
b)
La incidencia del contexto económico:
La crisis económica que
se inicia en la segunda mitad de los años setenta, la inestabilidad laboral y
los problemas de acceso a la vivienda provocan –junto al alargamiento de los
años de estudios– la prolongación de la permanencia de los jóvenes en el hogar
paterno y el retraso la edad de contraer
matrimonio (29 años las mujeres y 32 los hombres, cinco años más tarde que
en 1980), con la consiguiente disminución del período fértil de la mujer y, por
tanto, del número de hijos.
El descenso de la
fecundidad se suele asociar con un descenso
de la nupcialidad (su tasa se reduce en España a 3,7‰ en 2010), puesto que
la mayor parte de los nacimientos se daban tradicionalmente en el seno de
parejas casadas. No obstante, la tasa de nupcialidad no guarda hoy una relación
tan directa con la natalidad, debido a los aumentos de la cohabitación y de las
tasas de niños nacidos fuera del matrimonio institucional (si en 1975 sólo un
2% de los nacimientos habidos en España correspondían a madre no casada, hoy lo
son un 30%), y es un aspecto que refleja bien los cambios sociales vividos por
España en los últimos decenios.
En
el caso español, y de modo similar a otros países mediterráneos, hay que añadir
algunos factores que nos diferencian de otros países europeos y que inciden en
la caída tan intensa de la fecundidad: la menor protección y ayuda pública a
las familias (guarderías, subvenciones a mujeres trabajadoras...), el retraso
en la emancipación del hogar paterno y la pervivencia del modelo cristiano de
la familia (con un porcentaje menor de otro tipo de familias, distintas a la
tradicional).
2.2.2. La reducción de la Mortalidad.
Al
igual que la natalidad, la disminución
de la mortalidad se inició en España unos años después que en los países
europeos industrializados. Este descenso se inicia a fines del siglo XIX y la
tendencia
a la baja fue continua a lo largo del siglo XX, salvo episodios catastróficos
como la “gripe española” de 1918 y la Guerra Civil. A partir de 1951 la tasa de mortalidad desciende por debajo
del 10‰, alcanzándose la tasa más baja en 1982 con 7,5‰. Desde entonces se
inicia un ligero aumento de la mortalidad (9,3‰ en 1999), consecuencia del
progresivo envejecimiento de la población. En el siglo XXI la tasa de
mortalidad vuelve de descender nuevamente (8,2‰
en 2008), por efecto del rejuvenecimiento provocado por la inmigración.
Destaca
especialmente la caída de la tasa de
mortalidad infantil, un buen indicador de grado de desarrollo y de las
condiciones sanitarias de un país, pues mientras en los países desarrollados
aumenta levemente la tasa bruta de mortalidad por el envejecimiento de la
población, en la mortalidad infantil no influye el envejecimiento. Esta tasa,
que mide el número de fallecidos menores de un año por cada 1.000 nacimientos,
ha seguido una tendencia descendente en los últimos años en España. La tasa de
mortalidad infantil se ha reducido desde el 180‰ de principios de siglo hasta
el 3,5‰ de la actualidad, fruto de los avances en medicina, vacunas, higiene,
alimentación y educación (hábitos).
La
mejora de las condiciones de vida también queda patente al observar la
evolución de la esperanza de vida al
nacimiento, que ha pasado de los 70 años de 1975 hasta los 82 años en la
actualidad. La diferencia entre la esperanza de vida para mujeres y hombres
ronda los 6 años (84,9 años de las mujeres frente a los 78,9 de los hombres).
Ello es atribuible tanto a factores biológicos, como a condicionamientos
sociales: el reparto del trabajo, el consumo de tabaco y alcohol, hábitos
alimenticios, estrés... (riesgos a los que tradicionalmente ha estado más
expuesto el hombre que la mujer).
Este
elevado incremento en las expectativas de vida y el retroceso de la mortalidad
en España se ha debido a la mejora de las condiciones sanitarias (vacunas,
antibióticos, extensión del sistema sanitario público a toda la población...),
alimentarias e higiénicas (suministro de agua potable, recogida de basuras,
redes de alcantarillado…).
La
disminución de la mortalidad viene asimismo acompañada por un cambio en las
causas de muerte. Si a principios de siglo la población española fallecía
principalmente da causa de enfermedades infecciosas, actualmente el cáncer y
las enfermedades cardiovasculares y los accidentes de tráfico (las “tres c”)son los principales agentes.
2.2.3. El escaso crecimiento vegetativo
El
crecimiento natural o vegetativo de la población es el
resultado de restar la mortalidad a la natalidad.
A
lo largo del siglo XX, hasta los años setenta, España experimenta un importante
crecimiento vegetativo debido al descenso de la mortalidad. Sin embargo, desde
finales de esa década el descenso de la natalidad provoca una fuerte caída del
crecimiento vegetativo, que se sitúa en unos niveles próximos al “crecimiento
cero” , fruto de unas tasas muy
reducidas tanto de natalidad como de mortalidad. En 1998 la tasa de crecimiento
vegetativo queda reducida a 0,1%.
Recientemente,
a partir del cambio de siglo, se ha recuperado ligeramente el crecimiento
vegetativo (0,23% en 2010), por el impacto sobre las Tasas de Natalidad y de Mortalidad
de la inmigración extranjera (rejuvenecimiento de la población) y el leve
aumento de la natalidad de los españoles
.
2.3. Las desigualdades
espaciales en la dinámica natural
Aunque
actualmente las tasas de natalidad, mortalidad y de crecimiento natural son
bajas en todas las regiones españolas, persisten aún notables desigualdades
entre comunidades autónomas.
Las
comunidades autónomas con menor tasa de natalidad y mayor de mortalidad y, por
tanto, las que presentan un menor
crecimiento vegetativo son las localizadas en el Noroeste de España:
Asturias, Galicia y Castilla y León presentan tasas de crecimiento vegetativo negativo.
En
el otro extremo, las mayores tasas de natalidad y menores de mortalidad, con un
crecimiento vegetativo positivo se
encuentran en el arco que va desde el Nordeste al Sur (costa mediterránea,
Andalucía), Madrid e islas.
Las
causas que explican la distinta
dinámica natural regional de España están estrechamente ligadas con la estructura por edades de la
población. Ésta a su vez es el resultado, en gran parte, de los movimientos
migratorios interiores de los años sesenta, que envejecieron las regiones
emisoras y rejuvenecieron a las receptoras. Las regiones más envejecidas
presentan tasas de natalidad menores y tasas de mortalidad mayores que las
jóvenes. Por otro lado, la llegada reciente de inmigrantes extranjeros tampoco
está siendo homogénea. Estas inmigraciones —en especial las de comportamientos
demográficos más fecundos (Marruecos, Latinoamérica)— se dirigen esencialmente
hacia la costa mediterránea y Madrid, rejuveneciendo su población e incidiendo
positivamente en su crecimiento vegetativo.
A
estos factores demográficos hay que añadir los distintos comportamientos sociales y culturales. La mayor natalidad de la
zona meridional de España es consecuencia sobre todo de un mayor índice de
fecundidad de esta zona con respecto al resto de España.
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